domingo, 6 de octubre de 2013

no hay destino

   De niño sufría. Y tenía tiempo libre y mucha soledad. Tenía miedo. Ahora también tengo miedo, sobretodo de molestar.

   Cuando era niño me preguntaba muchas cosas a mí mismo. Los mayores no hablaban de esas cosas. Y yo me sentía raro. Ahora que soy mayor, he olvidado las preguntas que me hacía.

   Tan solo me queda el desasosiego de pensar que debería tener la rebeldía de cuando era niño, porque de niño yo quería ser libre.

   Claro, también quería a mamá y papá, sobre todo a mamá. Pero ellos no me comprendían. Tal vez por eso yo pensaba que un día yo sería una persona importante, y entonces me harían caso. Pero ahora soy mayor, no soy importante. Y ellos, ya no importa tanto, hay que dejarles envejecer en paz.

   La pregunta que me puedo formular ahora mismo, es si sabré salir adelante. Si podré valerme por mí mismo, ya que me he demostrado en innumerables ocasiones que no es así. ¿Cómo escapar de mi prisión?

   Tomarme la medicación es una forma de no sentir el dolor. No puedo renunciar todavía a esa protección. Pero puedo elegir qué medicación tomar. Puesto que la actual medicación está causándome grandes problemas, cosas que no puedo explicar a mi psiquiatra. Que apenas puedo explicar a mi psicóloga.

   Todos son muy bien intencionados. Sin embargo, me falta algo. Y solamente puedo otorgármelo yo. Lo único que puedo hacer es mirarme las manos, como si allí se encontrase la respuesta. Sin embargo, no sé qué hacer con ellas.

   Lo que tengo claro es que ahora mismo no necesito gran cosa. Pero no tengo siquiera las pocas cosas que necesito. Y bendigo lo que tengo, porque hay personas que no tienen ni siquiera ésto.

   Siento que mis prioridades están cambiadas. Me preocupo en demasía. Tengo miedo de que me oigan los vecinos escribir al ordenador. Cualquier sonido me parece que les va a molestar. Y eso es todos los días. Temo ser un estorbo. Temo estar aquí.

   El problema no es mi casa, ni mi barrio, ni nada que yo pueda cambiar, o mi familia pueda cambiar. El problema es mi coraje. El valor de mi corazón. Lo vendo demasiado barato. No me atrevo.

   Ahora me siento confuso en cuanto a mis prioridades. No sé qué valorar primero. Si lo pienso, lo primero es el trabajo, pero eso es dar por supuesto, ...cosas como la limpieza, el día a día, las tareas cotidianas. Se me hacen difíciles de llevar.

   Sé que podría ser de otro modo. Pero nunca se me permitió ponerme una medalla. Ganar. He sido pisoteado. Y sin embargo la competencia en mi familia fue feroz. Sigue siendolo en gran medida. Por lo menos en mi mente, se repiten viejos combates; acaparador de la atención de mis padres. Unos padres de hace ¿Una generación? ¿Cómo se miden las generaciones? Ellos no sabían.

   Sin embargo de algún modo tuvieron que hacerse las mismas preguntas, en algún momento. No creo que todo haya cambiado tanto. Pero después de todo, yo no soy una prolongación de mis padres. En última instancia. Aunque pertenezca al mismo árbol genealógico, tengo la posibilidad de florecer.

   Pero en mi familia no se me ha permitido. No puedo volver allí. No sin una respuesta.

   Quiero pensar que todo está en mis manos, pero no es así. Hay poderes más altos que yo. Tal vez sea un condicionamiento de mi pasado. Pero siento que estoy entre un límite y otro. Entre valerme por mí mismo, o dejarlo todo.

   Veo cada la derrota tan cercana, y la victoria no es tal. La victoria ni siquiera se parecía a lo que pensaba. Aunque a veces pienso mucho, no preveo las cosas.

   Vacío, duda. Y cuando me siento en la soledad, lo único que hay es ansiedad.

   Eso




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