viernes, 1 de noviembre de 2013

el diario de Gabriel en Halloween

     En ocasiones veo muertos, decían en la película "El sexto sentido". En día de difuntos honramos a nuestros familiares fallecidos. Para que descansen en paz. Pero también para descansar nosotros al honrarlos.

     Estamos en el cementerio que un día, sin excusa, será donde yaceremos. Y todas las cuitas y fantasmas, conflictos vividos, terminarán allí en nuestro nicho. Con nosotros.

Recordar "el cuerpo del dolor" (Eckhart Tolle), o sentirlo todavía vigente, no es malo. Solamente es una lástima y un desperdicio de tiempo. "Siempre hay personas que nos quieren convencer de que tienen derecho a sufrir", decía el maestro Eckhart Tolle.

     Releyendo un diario di con un texto que va muy bien relacionado con el ambiente de estos días, honramos a los difuntos. Y sabemos que nosotros, un día terminará y no estaremos para ver amanecer de nuevo. Es un mundo, un ambiente, que a Gabriel le gusta recrear con las palabras que siguen.

Miércoles 13 de julio de 2011
21:16 Horas.


Me siento incómodo. Creo que llevo demasiado tiempo sentado. Ayer descubrí la clavija del televisor, para escuchar la voz con auriculares. Ya no necesito los altavoces de A, el novio de I. Hacían ruido. La tele va de lujo y ayer me puse a ver un partido de tenis con Rafa Nadal. Memorable. ¡Lo mal que jugó!

Me apetece ver una película. Algo me pondré esta noche. Tal vez haya algo en la tele. Aunque no espero mucho de eso. Los programas que hacen no me llaman la atención. Pero por mirar ahora que tengo la televisión a tiro, no pierdo nada. 

Puse un cable de antena en la nueva ubicación de la tele, y ahora tengo tele y ordenador combinados. Ya solamente me falta meterle el megabrain y pegarme un chute de masaje cerebral. Pero eso es ya mucho decir.

Parte de mi incomodidad es que llevo dos días a base de agua con café, cargado. Y también a base de bocadillos. Fatal para el organismo.

Tal vez me estoy buscando un ataque al corazón. Creo que no aguanto más, mi vida. Mi abuelo decía penosamente que quería morirse, acostado mientras gimoteaba. Yo no gimoteo. Yo escribo, y estoy poniendo los medios para morirme. ¡Suicidio! Dirían en la película "Nosso Lar".

     Más concretamente "suicidio inconsciente". El maltrato continuado que le damos a nuestro cuerpo, con emociones envenenadas. Chupitos de cianuro, decía el amigo.

Supongo que en el fondo no pienso que esto vaya en serio. Y hago todo lo posible para ponerme en situación en que las cosas importen. A vida o muerte. Sin embargo, constato que las cosas no mejoran. Sigo viviendo mi vida automática.

Creo que he cedido. Que me he rendido. La claridad era un fenómeno bonito. Pero no me importa. Yo lo que quería era, tal vez, ser un gran trabajador. Pero no quería pagar el precio. No quería ponerme manos a la obra. No hacía el esfuerzo. Tal vez eso ahora cambie.

Sin embargo para cambiar se necesita compromiso. Tal vez me resisto al cambio porque cambiar requiere compromiso de realizar tareas nuevas y mantenerlas en el tiempo. Mantener el esfuerzo.

Sí, claro, tal vez después de algunas semanas o meses, el esfuerzo es menos esfuerzo. Yo sé que me estoy matando. ¡Suicidio! (película "Nosso Lar") A base de bocadillos y de agua cargada de café.

Estoy echando mi vida por la borda por no querer flexionar las rodillas y aceptar que las cosas son como son. Y que hay que ceder para vivir. Aceptar, y honrar al otro. Pese a que en el pasado fui humillado. Eso es. En el pasado fui humillado.

Todo el tiempo me sentí separado, disfuncional, castrado y no tenido en cuenta ni ser comprendido. Y encima se esperaba que yo fuese el niño modélico, «de esos que se están quietecitos y no dan problemas». Cabrones hijos de puta.

Ni siquiera sé quién es el responsable de lo que sucedió. Mis padres, yo, el universo... 

No lo puedo saber. Tan solamente puedo pensar que lo único que tengo es mi parcela de poder. Que aunque mi poder de decisión era limitada, existía esa pequeña parte, en la que por pequeña que fuese, la responsabilidad era mía. Por lo menos una pequeña parte de la responsabilidad de lo que sucedió era mía.

Saberlo, me tranquiliza. Ya no tengo que liarme a pedradas con nadie. Nadie me tiene que dar satisfacción. Solamente tengo que aceptar que parte de la responsabilidad era mía. Y aunque duela aún, saber que tomé la decisión o decisiones, en ese momento de forma pasiva. Pero las tomé, me resigné.

Viví una infancia y juventud automatizada. Casi robótica, mecánica. Inconsciente. Sin saber abrirme a una verdadera vida.

Y me puedo preguntar si es ahora igual. Si no permanezco encerrado en mi casa, sin realmente vivir. Porque cada vez que me cruzo con los vecinos, no hablo. No hace falta tampoco, pero en realidad las cosas se saben.

     Tal vez sigo delegando mi responsabilidad en otros,  tal vez es lo que he hecho siempre y ahora continúo.

En realidad siempre me ha dado igual lo que dijesen los demás. Me ha resbalado. Me he sentido invulnerable, INMORTAL. Nada podía tocarme. Y ya tengo cuarenta y dos, y sigo como siempre, vagando entre las mismas dudas. Intocable por la vida. Como si tuviese alguna garantía anti-desastres.

No tiene porqué pasar nada, pero lo normal es que siempre esté sucediendo algo. Y ese algo no va a dejar de suceder porque me esconda en mi piso.

Los relojes se paran, las lavadoras se rompen, los trabajos se pierden. Y yo no puedo hacer nada a priori. Solamente puedo esperar a que suceda lo más tarde posible. Preocupado. Siempre preocupado. Sin aceptar que el cambio, la pérdida, y el paso del tiempo es normal. 

Y sin abrirme al cambio, a la renovación, a la carta del tarot nº 13. La muerte. Que representa el cambio, más o menos pronunciado que se produce cada día.

Tener miedo a morir es tener miedo a vivir.

Tener miedo a vivir es tener miedo al cambio.

En día de difuntos honramos a nuestros abuelos, a nuestros padres, a nuestros antepasados. Pero honramos también el nicho vacío que un día llenaremos con nuestro propio cuerpo. Hasta desaparecer convertidos en polvo de estrellas, yendo más allá de la inmensidad.

Volveremos a formar parte de... lo que sea que nos esté esperando. 

Y la presencia, la certeza, de saber que todavía no nos ha tocado, aún.






No hay comentarios:

Publicar un comentario