jueves, 21 de noviembre de 2013

la caída de Gabriel

EL ASESINO DEL AMOR


Gabriel no sabía mucho. Tan solamente sabía que allí abajo habitaban unos seres, los humanos, que eran capaces no solo de amar, sino también de elegir.

Gabriel no era un ángel de elevado rango, más bien bajo... tal vez con el tiempo eso se rectificase. Al menos eso se decía para sí mismo.

      Pensaba que con el tiempo todo le llevaría a las alturas, al conocimiento de Dios, pues la Misión de cada Ángel proviene de Dios.

Pero el Ojo de Dios Vio a Gabriel, tal como era. 

No había virtud en él. Sino muy al contrario, Gabriel se entregaba a la mortificación como medio de alcanzar un sentido a su baja posición en la jerarquía celestial.

No practicaba la virtud, no hacía nada por ser merecedor.

Gabriel se mortificaba por su baja condición, pues siempre era él el ayudado, el que recibía la guía. Todavía no tenía la madurez suficiente para hacerse cargo de las funciones de Ángel.

La mirada de Dios lo vio, y como la Tierra gira alrededor del Sol, decretó lo único que podía hacer. Solamente había dos opciones, la caída o la ascensión. Y Gabriel, al no tener merecimiento alguno, cayó a peso, sobre el duro suelo de la Tierra.

Allí vivió veinte años, sin poder amar como los ángeles, sin saber trabajar como los hombres; pero sobre todo, lo que nunca hizo fue elegir, pues no estaba en su Naturaleza.

Como ángel caído, se arrastró por el duro suelo, durante tal vez otros veinte años. Siempre apoyándose en los demás. Nunca sin ayuda. Nunca Eligió valerse por sí mismo. 

No podía trabajar, no podía amar. No como los demás seres de la Tierra. Él no hablaba pero secretamente se sabía menos que humano. Era un ángel caído.

El Ojo de Dios lo miró y le dio por el álbur del Destino una segunda prueba.

Sin embargo Gabriel no sabía trabajar, ni sabía amar. Así que...

Hizo sus ejercicios, según entendió. Pero tal vez se equivocara, tal vez los ejercicios espirituales practicados... los hiciera de forma desacertada.

El velo se rasgó... pero se rasgó muy poco. Apenas lo suficiente.

Durante algún tiempo el soplo de Dios le guió, pese a las burlas de los demás encarnados. 

El soplo de Dios que había rasgado el velo, le permitía ver al otro lado a través de la rasgadura, con la visión divina. Sin embargo no había desempeñado bien su papel. 

En su ignorancia había adorado al dios Asclepio. Y llegado el momento de dar cuentas al Dios verdadero, el único Dios, Éste le preguntó. Pero Gabriel no había trabajado lo suficiente, no tenía el suficiente merecimiento. 

Gabriel no había trabajado ni había amado lo suficiente. No tenía méritos que mostrar a Dios.

El velo no se había rasgado lo suficiente y el aliento de Dios pronto lo abandonó. 

Gabriel se quedó atrapado en el mundo de lo denso. Sin las habilidades oportunas... 

Se enamoró, pero no sabía amar. Quiso trabajar, pero tampoco sabía. Solamente recordaba el aliento de Dios que entró por la delgada hendidura del velo divino. El velo que separa ésta realidad de la realidad celestial.

Ahora Gabriel había perdido la oportunidad de ascender. 

Debía seguir acumulando méritos. Sin embargo se encontraba entre desconocidos, gente extraña. Que se ocupaban en cosas comunes. Y él ni siquiera era ya un ángel.

Gabriel pensó que tal vez debería volver a empezar, a acumular méritos y adorar al único Dios verdadero. 

Esta vez sin embargo, en lo más profundo de su ser supo que estaba sólo. No tenía suficiente valor para seguir adelante. Era un ángel caído en desgracia que ya no se elevaría. 

No hay segundas oportunidades. Aunque siempre se puede volver a empezar. Son innumerables los caminos que llevan al otro lado. Pero tal vez el velo no se rasgue nunca más. Es una lástima, una oportunidad perdida.

Gabriel no supo hacer su trabajo divino, no hizo lo que se esperaba de él. Ahora no es más que un alma que se debate con el recuerdo de haber visto lo divino, y la certeza de que lo ha perdido.

     Un grito de miedo surcó la oscuridad.

     Era Gabriel atrapado en la húmeda oscuridad del miedo pegajoso de la noche.


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